domingo, 2 de noviembre de 2008

La gitanilla

Maravillosamente danzaba. Los diamantes

negros de sus pupilas vertían su destello;

era bello su rostro, era un rostro tan bello

como el de las gitanas de Miguel Cervantes.


Ornábase con rojos claveles detonantes

la redondez obscura del casco del cabello,

y la cabeza, firme sobre el bronce del cuello,

tenía la pátina de las horas errantes.


Las guitarras decían en sus cuerdas sonoras

las vagas aventuras y las errantes horas,

volaban los fandangos, daba el clavel fragancia;


la gitana, embriagada de lujuria y cariño,

sintió cómo caía dentro de su corpiño

el bello luis de oro del artista de Francia.

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