domingo, 2 de noviembre de 2008

Garconniere

Cómo era el instante, dígalo la musa

que las dichas trae, que las penas lleva:

la tristeza pasa, velada y confusa;

la alegría, rosas y azahares nieva.


Era en un amable nido de soltero,

de risas y versos, de placer sonoro;

era un inspirado cada caballero,

de sueños azules y vino de oro.


Un rubio decía frases sentenciosas:

negando y amando las musas eternas

un bruno decía versos como rosas,

dos sonantes rimas y palabras tiernas.


Los tapices rojos, de doradas listas,

cubrían panoplias de pinturas y armas,

que hablaban de bellas pasadas conquistas,

amantes coloquios y dulces alarmas.


El verso de fuego de D'Annunzio era

como un son divino que en las saturnales

guiara las manchadas pieles de pantera

a fiestas soberbias y amores triunfales.


E iban con manchadas pieles de pantera,

con tirsos de flores y copas paganas

las almas de aquellos jóvenes que viera

Venus en su templo con palmas hermanas.


Venus, la celeste reina que adivina

en las almas vivas alegrías francas,

y que les confía, por gracia divina,

sus abejas de oro, sus palomas blancas.


Y aquellos amantes de la eterna Dea,

a la dulce música de la regia rima

oyen el mensaje de la vasta Idea

por el compañero que recita y mima.


Y sobre sus frentes, que acaricia el lauro,

Abril pone amable su beso sonoro,

y llevan gozosos, sátiro y centauro,

la alegría noble del vino de oro.

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