domingo, 2 de noviembre de 2008

Rimas - XI

Voy a confiarte, amada,

uno de los secretos

que más me martirizan. Es el caso

que a las veces mi ceño

tiene en un punto un mismo

de cólera y esplín los fruncimientos.

O callo como un mudo,

o charlo como un necio,

suplicando el discurso

de burlas, carcajadas y dicterios.

¿Que me miran? Agravio.

¿Me han hablado? Zahiero.

Medio loco de atar, medio sonámbulo,

con mi poco de cuerdo.

¡Cómo bailan, en ronda y remolino,

por las cuatro paredes del cerebro

repicando a compás sus consonantes,

mil endiablados versos

que imitan, en sus cláusulas y ritmos,

las músicas macabras de los muertos!

¡Y cómo se atropellan,

para saltar a un tiempo,

las estrofas sombrías,

de vocablos sangrientos

que me suele enseñar la musa pálida,

la triste musa de los días negros!

Yo soy así. ¡Qué se hace! ¡Boberías

de soñador neurótico y enfermo!

¿Quieres saber acaso

la causa del misterio?

Una estatua de carne

me envenenó la vida con sus besos.

Y tenía tus labios, lindos, rojos

y tenía tus ojos, grandes, bellos...

La gitanilla

Maravillosamente danzaba. Los diamantes

negros de sus pupilas vertían su destello;

era bello su rostro, era un rostro tan bello

como el de las gitanas de Miguel Cervantes.


Ornábase con rojos claveles detonantes

la redondez obscura del casco del cabello,

y la cabeza, firme sobre el bronce del cuello,

tenía la pátina de las horas errantes.


Las guitarras decían en sus cuerdas sonoras

las vagas aventuras y las errantes horas,

volaban los fandangos, daba el clavel fragancia;


la gitana, embriagada de lujuria y cariño,

sintió cómo caía dentro de su corpiño

el bello luis de oro del artista de Francia.

A Phocás, el campesino

Phocás el campesino, hijo mío, que tienes

en apenas escasos meses de vida, tantos

dolores en tus ojos que esperan tantos llantos

por el fatal pensar que revelan tus sienes...


Tarda a venir a este dolor adonde vienes,

a este mundo terrible en duelos y en espantos;

duerme bajo los Ángeles, sueña bajo los Santos,

que ya tendrás la Vida para que te envenenes...


Sueña, hijo mío, todavía, y cuando crezcas,

perdóname el fatal don de darte la vida

que yo hubiera querido de azul y rosas frescas;


pues tú eres la crisálida de mi alma entristecida,

y te he de ver, en medio del triunfo que merezcas

renovando el fulgor de mi psique abolida.

Marina

Mar armonioso.

mar maravilloso,

tu salada fragancia,

tus colores y músicas sonoras

me dan la sensación divina de mi infancia

en que suaves las horas

venían en un paso de danza reposada

a dejarme un ensueño o regalo de hada.


Mar armonioso,

mar maravilloso

de arcadas de diamante que se rompen en vuelos

rítmicos que denuncian algún ímpetu oculto,

espejo de mis vagas ciudades de los cielos,

blanco y azul tumulto

de donde brota un canto

inextinguible,

mar paternal, mar santo,

mi alma siente la influencia de tu alma invisible.


Velas de los Colones

y velas de los Vascos,

hostigadas por odios de ciclones

ante la hostilidad de los peñascos;

o galeras de oro,

velas purpúreas de bajeles

que saludaron el mugir del toro

celeste, con Europa sobre el lomo

que salpicaba la revuelta espuma.

Magnífico y sonoro

se oye en las aguas como

un tropel de tropeles,

¡tropel de los tropeles de tritones!

Brazos salen de la onda, suenan vagas canciones,

brillan piedras preciosas,

mientras en las revueltas extensiones

Venus y el Sol hacen nacer mil rosas.

Garconniere

Cómo era el instante, dígalo la musa

que las dichas trae, que las penas lleva:

la tristeza pasa, velada y confusa;

la alegría, rosas y azahares nieva.


Era en un amable nido de soltero,

de risas y versos, de placer sonoro;

era un inspirado cada caballero,

de sueños azules y vino de oro.


Un rubio decía frases sentenciosas:

negando y amando las musas eternas

un bruno decía versos como rosas,

dos sonantes rimas y palabras tiernas.


Los tapices rojos, de doradas listas,

cubrían panoplias de pinturas y armas,

que hablaban de bellas pasadas conquistas,

amantes coloquios y dulces alarmas.


El verso de fuego de D'Annunzio era

como un son divino que en las saturnales

guiara las manchadas pieles de pantera

a fiestas soberbias y amores triunfales.


E iban con manchadas pieles de pantera,

con tirsos de flores y copas paganas

las almas de aquellos jóvenes que viera

Venus en su templo con palmas hermanas.


Venus, la celeste reina que adivina

en las almas vivas alegrías francas,

y que les confía, por gracia divina,

sus abejas de oro, sus palomas blancas.


Y aquellos amantes de la eterna Dea,

a la dulce música de la regia rima

oyen el mensaje de la vasta Idea

por el compañero que recita y mima.


Y sobre sus frentes, que acaricia el lauro,

Abril pone amable su beso sonoro,

y llevan gozosos, sátiro y centauro,

la alegría noble del vino de oro.

Campoamor

Éste del cabello cano,

como la piel del armiño,

juntó su candor de niño

con su experiencia de anciano;

cuando se tiene en la mano

un libro de tal varón,

abeja es cada expresión

que, volando del papel,

deja en los labios la miel

y pica en el corazón.